por Jorge Raventos
De tanto trabajar las fallas que, a los ojos de los estrategas oficialistas, fracturan la geología peronista, el gobierno descuidó las fisuras propias de su coalición que, de improviso pero no sorpresivamente, se empiezan a dejar ver en la superficie.
Esta vez no fue Elisa Carrió la que se alzó en rebeldía. Desde principios de octubre, cuando apuntó contra la mismísima Casa Rosada (“Perdí la confianza en el Presidente”), la jefa de la Coalición Cívica se replegó y, como para evitar encontronazos extemporáneos, se fue del país por varias semanas. Ella le había advertido a Mauricio Macri que tenía hasta diciembre para “elegir entre Angelici o yo: elige o cae”. Faltan días para diciembre, de modo que es probable que Carrió siga administrando su silencio un tiempito más.
Sorpresa en la magistratura
Pero si ella calla, ahora es el radicalismo, el socio orgánico del Pro en Cambiemos, el que protesta. Y todo mientras el oficialismo seguía festejando el éxito político de la aprobación del presupuesto.
Relajado por ese logro, en el que contó con el apoyo de buena parte del peronismo postkirchnerista, el gobierno consideró que había completado una jornada y que ahora venía el tiempo de enfrascarse con más aplicación a la estrategia electoral. De hecho, el jefe de gabinete, Marcos Peña, dispersado el tridente del que formaba parte junto a Gustavo Lopetegui y Mario Quintana, quedó liberado de las tareas de controller de la administración y desde entonces se concentra en el análisis de los comicios venideros.
En ese sentido, la lógica repetida de Peña y Jaime Durán Barba ha consistido en alentar toda cuña posible entre el peronismo “racional” y el kirchnerismo y, en ese contexto, fortalecer la figura de la señora de Kirchner e inclinar la cancha en detrimento del peronismo federal, al que ven como un competidor más peligroso.
En ese juego, el oficialismo y su prensa adicta apuntan a este sector turnando argumentos sibilinamente insidiosos que a veces lo describen como secuaz disimulado del kirchnerismo y otras como socio “cogobernante” del propio oficialismo. Con el primero se procura erosionar la llegada del peronismo federal al electorado independiente y con el segundo, apartarlo de las bases (sobre todo, del conurbano) que cultiva la señora de Kirchner.
Inmediatamente después utilizar el segundo argumento para explicar la aprobación de la ley de presupuesto, el gobierno fue sorprendido por una jugada que parecía consumar su teoría inversa. Todas las fracciones justicialistas de la Cámara de Diputados (kirchneristas, postkirchneristas y antikirchneristas) constituyeron una mayoría que votó de conjunto los nuevos delegados de la Cámara en el Consejo de la Magistratura, el órgano que promueve y remueve a los jueces.
El gobierno se quedó así sin la mayoría especial de ese organismo que daba por descontada y, en los hechos, la Unión Cívica Radical perdió dos representantes en aquel Consejo, uno de ellos el entrerriano (pero diputado por Córdoba y postulante a gobernador de esa provincia) Mario Negri, jefe del interbloque de Cambiemos.
Furia y mirada conspirativa
El radicalismo juzgó toda la situación como una catástrofe, la adjudicó, en el mejor de los casos, a torpeza o negligencia del Pro y, en el fuero interno partidario, dando rienda suelta a las interpretaciones conspirativas, a un pacto inconfesable entre el ala política del Pro (Rogelio Frigerio y, en menor medida, Emilio Monzó) y el peronismo de los gobernadores. Resultado: los representantes de la UCR no asistieron a la reunión de mesa política que comparten con altos mandos del Pro y del Ejecutivo (uno de los pocos ámbitos de información y participación con que cuenta el centenario partido) y se colocaron en posición resistente y deliberativa. Algunos de sus gobernadores sugirieron la posibilidad de adelantar las elecciones de sus provincias (divorciándolas de la suerte del candidato presidencial oficialista, hasta ahora, el propio Macri) y muchos volvieron a reclamar sea una cuota más sustanciosa en el reparto del poder, sea un cambio en la naturaleza de la coalición, que la pase de su estadio electoral-parlamentario al de coalición de gobierno, con responsabilidades compartidas.
Cuidar a Macri, cuidarse de él
Esta última pretensión apunta contra el centro de la concepción del vértice del Ejecutivo. Mauricio Macri lo advirtió temprano, en 2015: “Con la UCR no habrá cogobierno”. A los socios se los invitó amablemente a “sugerir”.
Si la situación económica fuera floreciente y las encuestas mostraran (como ocurrió en varios momentos de los últimos tres años) un Presidente bendecido por la opinión pública, la situación sería distinta. Pero así como están las cosas hoy, cualquier contratiempo ensancha las diferencias y eleva el volumen de los reclamos. Las fallas geológicas de la coalición Cambiemos (ausencia de coincidencias programáticas de fondo, más allá de la retórica republicana y el pegamento común del antikirchnerismo, que va perdiendo adherencia con el paso del tiempo y la erosión de las contrariedades económicas) tienden a ponerse de manifiesto con facilidad.
Ocurre también -con menos énfasis, con mayor esfuerzo de contención- en el seno del propio partido del Presidente. La liga de gobernadores del Pro (Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal) se hacen escuchar internamente y también hablan para la opinión pública.
La gobernadora bonaerense, por ejemplo, ha dejado saber que estudia la posibilidad de -también ella- adelantar las elecciones provinciales. El argumento que se difunde parece un dechado de disciplina: el procedimiento se adaptaría para evitar que la señora de Kirchner pueda (como sugieren las últimas encuestas) superar a Macri en el vital distrito bonaerense.
Es inevitable pensar en otras interpretaciones. Por ejemplo, que la gobernadora preferiría separar la suerte de su distrito de la candidatura de Macri, a quien supera en imagen positiva según los estudios demoscópicos y cuya proximidad en estos tiempos la frena.
Más de tres meses atrás, en esta columna habíamos analizado la posibilidad de la decisión de adelantamiento en la provincia. La considerábamos como “un camino que contribuiría al triunfo oficialista y a la construcción de sistema: consistiría en disociar al cristinismo del respaldo de los intendentes peronistas del conurbano. La mayoría de estos no terminan de divorciarse de la señora de Kirchner, no tanto porque coincidan con ella o porque ignoren cuánto peso negativo les impone en las clases medias de sus distritos, sino porque no quieren perder una cabeza de boleta que es muy atractiva en el seno de su electorado más afín. Este último atractivo perdería valor para ellos si las elecciones municipales bonaerenses ocurrieran disociadas de las elecciones nacionales.
La llave la tiene María Eugenia Vidal: ella podría adelantar las elecciones en la provincia, separándolas de la elección nacional. La figura de la gobernadora sería la claramente dominante en la elección de distrito y los intendentes tendrían que repartir sus boletas municipales junto a la de Vidal si quieren salir fortalecidos. Cambiemos podría ganar tranquilo la provincia y desarticularía así el voto municipal de apoyo a la señora de Kirchner. Sería un favor a Macri y también un favor al peronismo nokirchnerista, ya que los intendentes, liberados del matrimonio de interés con el cristinismo, podrían respaldar a un peronismo con menos lastres del pasado”.
Este razonamiento parece coincidir con el de los estrategas que rodean a Vidal. Pero es contradictorio con la línea que ha venido bajando el estado mayor de la Casa Rosada, que -precisamente- no quiere hacer “un favor al peronismo nokirchnerista”, sino que prefiere que la rival a enfrentar sea la señora de Kirchner.
Los muertos que vos matáis
En cualquier caso, el peronismo postkirchnerista -que parece dispuesto a adoptar el nombre electoral de Alternativa Federal- está creciendo en ambiciones y no parece considerar excluyente su independencia simultánea del gobierno y del kirchnerismo y los acuerdos o convergencias momentáneas con una u otra facción.
Esta semana el inicial grupo de cuatro (Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey, Miguel Pichetto, Juan Schiaretti) se amplió con la presencia de otros siete gobernadores (entre otros el muy en ascenso Juan Manzur, de Tucumán, y el entrerriano Gustavo Bordet). Coincidieron en fortalecer la alternativa de la tercera posición, que procura dar cauce no solo al peronismo de distintas familias, sino a otros sectores a los que convocaron (por caso, a los socialistas que gobiernan Santa Fé), en rigor, a la mayoría de “ni-ni” (ni CFK ni Macri) que muestran las encuestas.
Paralelamente, importantes líderes del movimiento obrero impulsan otra candidatura en el mismo espacio: la de Roberto Lavagna. En esta columna habíamos detectado en junio esa posibilidad:
“En medio de las dificultades que atraviesa el gobierno -decíamos entonces- el peronismo teje en torno a la construcción de una alternativa para 2019. En ese sentido lo más significativo que se ha escuchado en los últimos días es el runrun de una fórmula integrada por Roberto Lavagna y Miguel Pichetto. Ese binomio tiene un peso intrínseco. El exitoso ex ministro de Economía luce atractivo cuando la situación económica aparece como preocupación básica de la población mientras el gobierno anuncia objetivos pero no avanza. Pichetto, por su parte, se ha ganado un espacio como dirigente político equilibrado y con sentido de las obligaciones de Estado”.
De pronto, pues, en vísperas del fin de año, el peronismo postkirchnerista, sin haber terminado de procesar, por cierto, las diferencias que vienen postergando su reorganización y renovación insinúa pujanza política y un ramillete de candidatos de fuerte atractivo potencial, al tiempo que muestra capacidad para liderar iniciativas políticas audaces (contribuir a la aprobación del presupuesto nacional, disputar posiciones con el oficialismo en el Consejo de la Magistratura y vencer en el intento). Entretanto, es en la coalición oficialista donde ahora se manifiestan grietas que se verá cuándo y cómo cierran. Estos pasos de danza y contradanza seguirán entreteniendo los próximos meses.
La pieza empezará a adquirir su forma final en junio del año próximo, cuando se sepa cuáles (y cuántas) son las fuerzas que van a competir y cuáles las figuras que aspiran a llegar a la presidencia. Para entonces también podrá calibrarse si los pronósticos oficiales sobre la economía han sido precisos o respondieron más bien a deseos no correspondidos.
A partir de esos datos empezarán a volverse plausibles las encuestas y los diagnósticos electorales.